Por: Alberto Legorreta
¿Quién es? ¿Mamá? El cuerpo rígido, los ojos clavados en el ventanal y un escalofrío recorre su cuerpo mientras observa fijamente el lugar donde se asoma una enorme sombra que flota sin ningún apoyo frente a la transparente cortina, a través de la penumbra que aún no deja pasar la luz del día.
Todos sus temores y cada una de las historias que había escuchado sobre entidades sobrenaturales en los alrededores de la colonia Jardín Balbuena se hicieron realidad en ese conjunto habitacional de su infancia, Corazones de Manzana, No. 4, cercano a la legendaria Unidad Kennedy, inaugurada por el célebre presidente norteamericano a principios de los años sesenta.
Un sinfín de historias de “aparecidos” a lo largo y ancho de la colonia Jardín Balbuena eran motivo suficiente para que los niños de aquellos años, los ochentas, dejaran el juego y entraran antes de que oscureciera a sus hogares. Temían toparse con alguno de los aparecidos de los llanos de balbuena, lugar en el que murieron muchos pilotos de los inicios de la aviación mexicana, pues en los primeros años del siglo XX la zona fue el primer campo aéreo de la Ciudad de México.
¡En verdad lo vi! ¡No estaba dormido!, afirmó, ante la incredulidad de su madre, quien de inmediato le prohibió ver películas de terror que tanto le gustaban.
La narración sobre la espectral visión tuvo que llegar a oídos de la única persona que podría creer en tan oscura aparición, la abuela Magu, mujer de la tercera edad, elegante siempre en su vestir y prudente en el hablar, quien escuchó cuidadosamente y trató de calmar los alterados nervios del niño, quien sufría por aquel espectro que muy probablemente regresaría esa misma noche hasta su ventana.
¿Qué has soñado últimamente?, preguntó la abuela.
Soñé que veía una pelea entre un gato negro y un gato blanco. La mirada de su interlocutora cambió inmediatamente.
Ese sueño habla de que algo pelea por tu alma y esa batalla no debe culminar con el triunfo del gato negro, acotó.
Reza mucho por las noches, dijo la abuela Magu.
Esas fueron unas de las últimas palabras que escuchó de su cariñosa confidente, quien extrañamente, tras una súbita enfermedad estomacal, se fue de este mundo dejando el corazón del niño sumido en un profundo dolor y soledad.
Con el paso del tiempo vibrantes toques de una mano inexistente se repiten en el ventanal y aunque valientemente, junto a sus hermanos, se asoma entre las cortinas, nada explica los extraños sonidos y sucesos raros.
A la fecha, con la madurez que dan los años, todavía se queda petrificado frente al ventanal y llega a su mente la imagen del hombre de largo saco negro, enormes brazos y piernas, que flotaba amenazante aquella noche de invierno.